El poder de la mente: mi primera ultra

donana-trail-2016-15

Carlos Alcázar.

La verdad, no sé ni cómo empezar esta pequeña crónica. Creo que es un cúmulo de sensaciones tan variadas que las palabras no pueden expresar lo vivido.

Ultra, que bonita palabra y qué lejos la veía hacía un tiempo. Yo que veía a mis compañeros hacer esas grandiosas carreras y esas bonitas hazañas, no al alcance de cualquiera. Yo, que he visto tantos seguimientos de ellos, viendo como con sufrimiento avanzaban y devoraban kilómetros. Hasta que cierto día dije que había llegado mi hora.

Elegí la Ultra Trail Doñana, una carrera de 73 km con salida en Puerta de Jerez (Sevílla) y finalización en la ermita del Rocío. Llanita, con poco desnivel, paisajes increíbles atravesando el Coto de Doñana. La vi ideal para ser mi primera, para adentrarme en el excitante mundo de la ultra distancia.

Dos meses de duro entrenamiento, viniendo de una lesión que me dejó parado dos meses de verano, el tiempo corría en mi contra, pues solo me quedaban dos meses para preparármela. Cuando otro contratiempo apareció, otra lesión, el ligamento del tobillo izquierdo, el cual no me dejaba entrenar en condiciones óptimas. Era mi sueño y tenía que hacerlo. No sabía cómo, pero debía hacerlo aún lesionado. Fueron dos meses de duros entrenamientos, sufriendo en cada tirada, donde a partir del kilómetro 20 empezaban los dolores. La gente me decía que no fuera, que otro año sería, pero mi cabeza decía no, y así fue.

El viernes día 4 me voy para Sevilla muy motivado y mentalizado que sería duro. Ya de por sí la carrera era exigente. Aún más llevando una lesión conmigo. Pero había asimilado que iba a sufrir y mucho para terminarla, pero era mi sueño e iba a hacerlo sin importar nada.

foto1_DoñanaTrailMaraton.jpg

Carlos, momentos antes de la salida.

Sábado día 5,  6:00 de la mañana. Como si de un ritual se tratara, tranquilo y sin nervios, me voy enfundando en esa camiseta y ese pantalón  que no sé qué tiene pero te llena de energía al llevarla puesta. Reviso cada detalle y compruebo que no falte nada en la mochila y me dirijo a Puerta de Jerez. Hay movimiento de corredores y los nervios van apareciendo; nervios que gustan pues te hacen sentir vivo. Aparece la lluvia, algo con lo que ya se contaba, y dan el pistoletazo de salida, tras el cual, un coche de la organización nos lleva hasta el Puente de San Telmo, donde se retira y empieza la carrera de verdad.

Me vienen a la mente tantos consejos de los compañeros que me decían que tuviera cabeza, que no se me fuera de las manos al principio, y así fue. Pasito a paso vamos avanzando, y al llegar al kilómetro 10 veo en mi reloj que le he sacado 15 min de ventaja a lo que yo había entrenado. Kilómetro 20, otra vez lo mismo… y así hasta el km 40, donde entramos al pueblo de Villamanrique con un fuerte aguacero. La estrategia que había planeado en los dos meses de entrenamiento había funcionado: aprovechar la frescura del comienzo para quitarme los primeros 40 y a partir de ahí relajarme un poco.

Desde ese momento sentía la carga en las piernas y la tirantez, pero aún me dejaban ir trotando a un ritmo constante y cómodo, hasta que en el kilómetro 50 aproximadamente mi lesión me saluda y me da la bienvenida, diciéndome que ella también había venido a fastidiarme este reto. El dolor se va haciendo cada vez más grande, y se junta con una sobrecarga bastante notable de los cuádriceps que me hace pararme y no dejarme ni siquiera caminar. Me asusto, pues el dolor me vencía y no sabía qué hacer, hasta que al paso de dos corredores me ayudan y entre los dos empiezo a dar pequeños pasos y me sugieren que camine un rato hasta que los cuádriceps vuelvan a su sitio. Entre corriendo y andando, vamos atravesando Hinojos, donde el paisaje te hace aliviar el dolor, pero no te deja disfrutar al 100% de la maravilla paisajista de la carrera.

En el kilómetro 55,5 llega un avituallamiento, donde con dolor y mala pisada me acerco a la ambulancia pidiendo asistencia. Me congelan la zona con un spray, me invitan a abandonar, pues me quedaban 13 kilómetros y en mi estado no lo veían con seguridad. Me incorporo y mi cabeza da mil vueltas, me acuerdo de mis compañeros, que en estas carreras y en estas circunstancias la cabeza es la que tira y la que te hace continuar. Decido seguir, no he llegado hasta aquí para abandonar. Me ha costado mucho este sueño, entrenamientos y dedicación para ahora salirme.

Parece que el dolor remite, pero por poco tiempo. El dolor vuelve a aparecer, pero más acusado junto a un pinchazo en el gemelo izquierdo. El ritmo ha bajado y mucho. Los kilómetros se hacen largos. Faltaban 5 km para el próximo y último avituallamiento, lo necesitaba y sabía que debía aprovecharlo y pararme el tiempo necesario, pues no habría más. Cinco kilómetros que se hacían eternos, hasta que por fin aparece. Iba mal, bastante mal. Estaba en el kilómetro 60,7. Estaba cerca, muy cerca de cumplir mi reto, pero mi estado físico era ya lamentable y moralmente muy hundido. Me ponen hielo para desinflamar la zona y mientras repongo líquidos y sólido. No podía pararme demasiado porque si no el arranque sería fatal.

Solo quedaban 10 km, un número muy bajo, pero muy alto para cómo iba físicamente. Intentaba trotar, pero solo alcanzaba dar unos 10 pasos, no podía, iba completamente roto, hasta que me dije: si no quieres llegar pero de lo que estás solo te queda andar. Seis kilómetros andando, los cuales ya apenas podía andar, pasos muy lentos, cojeando. Hasta que por fin veo el puente del Ajolí, entrada de la aldea. Ahora sí, ya si era mía. ¡Venga¡ me decía una y otra vez. ¡Un poco más, el último esfuerzo! Atravesando las calles de la aldea, hundiendo la zapatilla en la arena en cada pisada, diviso la moqueta roja y el arco de meta. ¡Vamos Carlos, lo has conseguido. 200 metros y se acabó! No quería entrar caminando, no quería que la gente viera mi sufrimiento, por lo que sacando fuerzas de no sé dónde, arranco a trotar por última vez esos 100 metros. El público se agolpa en la recta de meta, aplausos, ánimos, las campanas de la Ermita sonando. Piso la alfombra, 50 metros para el arco de meta. La música se mete en mis oídos junto a la voz del speaker. Me giro y dando unos pasos de espaldas miro la Ermita, dando gracias a la Virgen por haberme cuidado y haberme dado fuerzas en los peores momentos para cumplir mi sueño.

doñana trail 2016 (1003).jpg

Entrada a meta, en la Aldea de El Rocío.

Subo la rampa y me quedo debajo del arco de meta, parado, mis piernas tiemblan, a la vez que mis ojos. Dos pasos más y me derrumbo. Finisher. ¡Sí, lo has hecho! Había cumplido mi sueño.

Sé que muchos de vosotros conocéis estas sensaciones y con creces, pues esta carrera es nada comparada con muchas de las que hacéis, pero las sensaciones de disfrute y sufrimiento, esa lucha kilómetro a kilómetro, tú y tu mente, superando dolencias y avanzando como medio se puede, son las mismas. La mente es sabia y el comportamiento del cuerpo humano es impredecible. No hay límites, el límite lo pones tú y llegarás donde tú quieras llegar. Este tipo de retos pone a cada uno en su lugar y te hace poner los pies en el suelo. Después de algo así, sientes sensaciones dentro de tu cuerpo no conocidas anteriormente, te sientes más persona, tanto en lo personal como en lo deportivo. Te hace más fuerte para afrontar los retos que vendrán después cada vez más complicados.

Espero haberos transportado a este día de carrera y acercaros a sentir lo que yo sentí.

 

Autor: Carlos Alcázar.

Deja un comentario